Hemos pasado por varias dictaduras en nuestro país, siempre el estamento militar ha sido un vivero de mucho resentimiento y de aspiraciones que luego se convierten en tomas de poder por cualquier vía. Hemos sido protagonistas de diversos periodos en los que la parte política, los partidos digamos, fracasaron en sus intentos por gobernar democráticamente.
Sobran ejemplos de cómo la carencia y la necesidad pueden moldear a una persona y llevarla a extremos inimaginables. Quienes han servido en el ejército proviniendo de un entorno donde la lucha por la supervivencia era un día a día, la falta de oportunidades y la injusticia social se convierten en combustible para alimentar la ambición y la sed de poder.
Esto en una mente llamemosla normal puede ser, como ha sido, mezclado con un ingrediente de vocación de servicio y ayuda al país en el cual se mostró represión fuerte en las libertades y al mismo tiempo avance en la productividad, la economía y la infraestructura del país. No una total destrucción como se muestra esta tiranía.
Esta semblanza comparativa nos hace ver aún más que hoy en día en el tope de la jerarquía de esta dictadura, nos encontramos frente a un monstruo, violador de niñas en su juventud, alguien que no se detiene ante nada para lograr sus objetivos, que no tiene escrúpulos en utilizar el miedo y la violencia para mantener su posición es algo mucho más .
Nuestro país no es culpable de sus heridas que nunca sanaron ni de sus necesidades que nunca fueron satisfechas.
En esta comparación cabe mencionar al sanguinario Pedro Estrada quien fue el jefe de la Seguridad Nacional durante la dictadura de Marcos Pérez Jiménez. Su nombre quedó marcado en la historia venezolana como autor y ejecutor de dantescas torturas y asesinatos que aterrorizaron a generaciones enteras. Sin embargo, décadas después, la crueldad de Estrada parece empalidecer ante la figura del Teniente cobarde y asesino Diosdado Cabello Rondón y para jalarle bola, lo llaman Capitán. Según múltiples investigaciones internacionales, incluidas las del Consejo de Derechos Humanos de la Organización de Naciones Unidas (ONU). La diferencia es que Cabello opera en pleno siglo XXI, con métodos más sofisticados pero igualmente brutales y con una impunidad que Estrada nunca conoció.
Lo que presenciamos hoy en Venezuela no es simplemente la continuación de un régimen autoritario: es la consolidación de un Estado mafioso donde el verdadero poder no reside en quien ocupa ilegalmente la presidencia, sino en quien controla las armas, el terror y las rutas del narcotráfico.
Nuevos análisis de seguridad y testimonios de exfuncionarios venezolanos apuntan a una conclusión cada vez más difundida dentro y fuera de Venezuela: Diosdado Cabello no solo es el hombre más poderoso del chavismo, sino también el verdadero jefe del Cártel de los Soles, la organización criminal vinculada al tráfico de cocaína y a la corrupción estatal que ha sido señalada por agencias de inteligencia de Estados Unidos y organismos internacionales.
Mientras Nicolás Maduro aparece debilitado, presionado por sanciones internacionales y la crisis interna, Cabello mueve los hilos del poder desde las sombras, controlando las decisiones más importantes del régimen y ejerciendo una influencia absoluta sobre sectores militares, policiales y de inteligencia. Es él quien decide quién vive y quién muere, quién sube en el escalafón militar y quién cae en desgracia. Su poder no deriva de la Constitución ni del voto popular, sino del miedo y la lealtad comprada con sangre y dinero sucio. Cabello siempre ha sido descrito como el “número dos” del chavismo pero ese concepto ha quedado ridículamente corto. Informes de autoridades estadounidenses sostienen que Cabello ha consolidado el mando dentro del aparato criminal que opera desde el Estado venezolano, utilizando su poder político para garantizar protección, rutas de narcotráfico, funcionarios aliados y un sistema de lealtades que mantiene al régimen a flote incluso cuando parece tambalearse. Diversas fuentes han indicado que ningún movimiento militar, policial o estratégico se ejecuta sin su autorización. Maduro, cada vez más aislado y desconfiado, depende de Cabello para sostener el control territorial y evitar fracturas en el alto mando. En otras palabras: Maduro es la cara visible, pero Cabello es quien realmente gobierna Venezuela. Es el operador supremo, el arquitecto del terror contemporáneo.
Aunque Maduro es la figura pública más expuesta internacionalmente, múltiples investigaciones sitúan a Cabello como el verdadero arquitecto del Cártel de los Soles, una red criminal que involucra a oficiales de alto rango, empresarios, operadores clandestinos y estructuras armadas que facilitan el tráfico de drogas hacia el Caribe, Europa y Estados Unidos.
Este cártel no es una organización paralela al Estado venezolano: es el Estado mismo. Funciona con la protección de instituciones que deberían combatir el crimen, opera con recursos públicos y utiliza la represión política como herramienta para eliminar competidores y silenciar testigos. Es un poder paralelo que se ha fusionado completamente con las estructuras formales del gobierno.
Comparar a Diosdado Cabello con Pedro Estrada no es una exageración retórica. Ambos personifican el uso sistemático del terror como instrumento político. Ambos han dirigido aparatos represivos que torturan, desaparecen y asesinan. Pero Cabello ha ido más allá: ha construido un imperio criminal que no solo reprime a la disidencia, sino que lucra con el sufrimiento de millones, exportando drogas que destruyen comunidades en todo el continente.
Venezuela enfrenta hoy una narcodictadura criminal sin precedentes en su historia. Y en el centro de esa oscuridad, con un poder que supera incluso al del usurpador Maduro, se encuentra Diosdado Cabello: el nuevo rostro del terror venezolano, un hombre cuya crueldad convierte a los dictadores del pasado en meras sombras, fiel heredero del traidor mayor, hoy felizmente difunto.
Desde la cárcel del exilio me pregunto: ¿cuánto tiempo más permitirá la comunidad internacional que este personaje siga operando con total impunidad?
Todas las informaciones nos indican que faltan pocos días, saldrán con las bragas anaranjadas o con los pies hacia delante y mi amada Venezuela, será libre y resurgirá como el ave Fénix. Volveremos los más de 9 millones venezolanos a dar lo mejor de sí para la reconstrucción total.
Es cuestión de poco tiempo, sabremos de él, de su cobardía acostumbrada en el momento de la verdad, estoy seguro y sigo trabajando para que llegue ese momento, sin pausa y con MI PLUMA Y MI PALABRA
José Gregorio Briceño Torrealba
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