Venezuela se encuentra desde hace ya mucho tiempo hundida en el fango de la corrupción y la impunidad, estas plagas han carcomido las entrañas de una nación que una vez fue próspera. Haber sido saqueada por una organización narcocriminal enquistada en el poder, han devastado al país, los narcotraficantes herederos del legado del traidor mayor, hoy felizmente difunto, van dejando a su paso un rastro de muerte, miseria y retraso por lo que es necesario, impostergable y obligatorio hacer un llamado a la conciencia global, un recordatorio de que la lucha contra el narcoterrorismo no conoce fronteras. Es hora de unir fuerzas para erradicar este cáncer que amenaza con destruir no solo a Venezuela, sino a toda la región, basta de pensar que es un problema de Venezuela, sabemos que estas lacras se han aliado con lo peor de lo peor de cada movimiento terrorista del planeta y que les han entregado nuestro territorio para operaciones, para disponer de nuestras riquezas y enfrentar a su enemigo común que son los Estados Unidos de Norteamérica.
Soy de los venezolanos que apoyan sin reservas la liquidación definitiva del Cartel de los Soles. No se trata de una posición política convencional ni de un capricho ideológico: es la conclusión inevitable tras contemplar el cadáver de lo que fue Venezuela. Este grupo de delincuentes uniformados secuestró un país entero y sus riquezas bajo el eufemismo de una "revolución bolivariana" que en realidad, ejecutó la destrucción sistemática más brutal que haya conocido una nación latinoamericana en tiempos de paz.
Las cifras son devastadoras pero necesarias para comprender la magnitud del desastre. Más de 13,000 industrias desmanteladas o destruidas. Más de 5 millones de hectáreas de tierras fértiles expropiadas o confiscadas, hoy abandonadas e improductivas, convertidas en monumentos a la incompetencia criminal. Los servicios públicos colapsados: apagones interminables, agua por tubería una vez por semana si hay suerte, telecomunicaciones del siglo pasado. Los hospitales en ruinas, sin insumos que los pacientes tienen que comprar todo, sin médicos que huyeron, sin esperanza para los enfermos. La vialidad urbana y agrícola prácticamente desaparecida, convirtiendo el transporte de personas y mercancías en una odisea medieval.
Pero la estadística más brutal, la que resume todo el horror, es esta: el salario mínimo venezolano es el más miserable del planeta, con apenas 0,6 centavos de dólar mensuales. Lean eso de nuevo. Menos de un dólar al mes. En un país que tiene las mayores reservas de petróleo del mundo. Los venezolanos ya no viven: sobreviven en una hecatombe humanitaria que tiene nombre y apellido que tiene responsables identificables, que tiene una estructura criminal perfectamente documentada.
La emigración lo dice todo: casi 10 millones de venezolanos han huido del hambre y la miseria, dispersos por el mundo como un río humano de desesperación. Es el éxodo más grande en la historia moderna de América Latina, superando crisis de guerras civiles y desastres naturales. Esto no fue un huracán ni un terremoto: fue una demolición controlada de una nación por parte de sus propios gobernantes.
El 28 de julio de 2024 marca el punto de no retorno. Ese día el régimen se robó las elecciones presidenciales con un descaro que hubiera sonrojado hasta a las peores dictaduras del siglo XX. No ganaron en ningún estado. Los militares que ejecutaron el Plan República, que fueron los custodios de las elecciones y las actas de votación, saben perfectamente que Edmundo González ganó por paliza. Tienen las pruebas en sus manos. Y aun así, con esa certeza, eligieron ser cómplices del mayor fraude electoral de nuestra historia.
Ahora estos secuestradores tienen la desfachatez de vender un nacionalismo trasnochado, acusando a Estados Unidos de querer "adueñarse de nuestras riquezas". ¿Cuáles riquezas? ¿Las que ellos saquearon? ¿Las que depositaron en bancos suizos y paraísos fiscales? ¿El petróleo que regalaron y siguen regalando a Cuba y vendieron por debajo del mercado a sus aliados mientras el pueblo moría de hambre? Este discurso antiimperialista es el último refugio de una organización narcocriminal que necesita enemigos externos para justificar su permanencia en el poder.
Porque eso es lo que son: una organización narcocriminal con uniforme militar y control estatal. Han inundado a Estados Unidos de drogas, particularmente cocaína y heroína sintética. Han exportado delincuentes, pandillas y terrorismo. Han convertido a Venezuela en un santuario para el narcotráfico, la guerrilla colombiana, Hezbollah y toda organización criminal que pague por protección. Son una amenaza existencial no solo para Venezuela, sino para la seguridad hemisférica.
Por eso más de 30 millones de venezolanos apoyamos las acciones del gobierno americano. No es entreguismo ni falta de patriotismo: es reconocer que nuestras propias instituciones fueron capturadas, que nuestra Fuerza Armada fue corrompida hasta la médula, que nuestro sistema judicial es una farsa y que la liberación debe venir de donde pueda venir. Si Donald Trump logra liberarnos de esta tiranía narcocriminal, pasará a la historia de América Latina como el líder que tuvo el coraje de extirpar la peor peste que ha azotado a la humanidad en este siglo: el narcocomunismo.
Hay quienes se escandalizarán con este llamado. Dirán que es intervencionismo, que violenta la soberanía, que establece precedentes peligrosos. A ellos les pregunto: ¿qué soberanía? ¿La de un Estado capturado por narcotraficantes? ¿La de un gobierno que perdió elecciones y se mantuvo por la fuerza? ¿La de un régimen que ha asesinado, torturado y encarcelado a su propio pueblo? La soberanía no puede ser el escudo protector de los criminales.
La historia juzgará este momento. Y cuando se escriba el capítulo final de esta tragedia venezolana, quedará claro que la liquidación del Cartel de los Soles no fue una agresión externa, sino un acto de legítima defensa hemisférica y de justicia largamente postergada. Venezuela no puede liberarse sola porque Venezuela ya no existe como Estado funcional: existe solo como territorio ocupado por una empresa criminal que se hace llamar gobierno.
Desde la cárcel del exilio hago este llamado que ya he hecho en múltiples oportunidades, llegó la hora de que la comunidad internacional entienda que la paz y la estabilidad de toda América Latina dependen de la eliminación de este cáncer. No habrá democracia, no habrá desarrollo, no habrá futuro mientras el narcocomunismo venezolano continúe operando impunemente. Millones de venezolanos, dentro y fuera del país, estamos listos para apoyar cualquier acción que nos devuelva la posibilidad de volver a vivir, no solo sobrevivir, en nuestra propia tierra. Viva Venezuela Libre.
Tenemos todas las de ganar, no perdamos el impulso no demos tregua y sigamos sin pausa hasta vencer , lo hago y lo digo cada instante con MI PLUMA Y MI PALABRA
José Gregorio Briceño Torrealba
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