No hay diferencia alguna si comparamos algunas situaciones infrahumanas ejercidas en estos tiempos en los que paradójicamente hay tecnologías que asombran con inteligencia artificial, robótica, en los que el ser humano paralelamente busca avanzar en el equilibrio entre el cuerpo, la mente y el espíritu, con aquellas antiguas prácticas bárbaras normalizadas para la época, como la esclavitud, las prácticas del Imperio Romano con espectáculos de lucha cuerpo a cuerpo entre fieras y humanos para demostrar el poder y la riqueza de los emperadores y nobles romanos además de "entretener" al público.
¿Hay acaso alguna diferencia con la miserable práctica del narcochavismo que oprime al pueblo venezolano sin razón, sin motivos ni justificación? Sólo porque un grupo de desalmados resentidos con una bandera de justicia social falsa se antojaron de asaltar el poder y no soltarlo más para su beneficio propio.
Su circo, son las detenciones arbitrarias y torturas a diestra y siniestra como arma del imperio tirano que creó el traidor mayor, hoy felizmente difunto, para mostrar su poderío y "entretener" a sus aliados mostrando el control que tienen sobre nuestras riquezas y lo fácil que es tráfico de ilícitos en nuestro país.
El informe “Venezuela en Cifras 2024” de Un Mundo Sin Mordaza no es solo una recopilación técnica de datos: es un testamento crudo y doloroso de una nación sometida por una organización criminal que ha suplantado al Estado y lo ha transformado en un aparato de represión, saqueo y control total. Este documento, basado en hechos verificables y cifras oficiales, debe ser entendido como un expediente judicial contra una narcotiranía que ha hecho de la destrucción de Venezuela su proyecto de poder.
Quienes escribimos, informamos y aún tenemos canales para alzar la voz, estamos no solo moralmente habilitados, sino obligados a hacerlo, La omisión frente a este horror es complicidad. Venezuela no es hoy una democracia fallida, es un narcoestado funcional que utiliza la propaganda, el terror y la miseria como herramientas de dominación.
La emergencia humanitaria compleja sigue profundizándose en 2024, sin pausa ni maquillaje. Lejos quedaron los tiempos en que el régimen intentaba simular un barniz democrático. Hoy el chavismo gobierna sin máscaras: con represión abierta, censura estructurada y una política de exterminio social contra quienes se atrevan a disentir.
Durante el primer semestre de 2024 se documentaron más de 190 agresiones contra periodistas, activistas y ciudadanos, muchos de ellos perseguidos simplemente por expresarse en redes sociales, como el caso de Merlys Oropeza de Maturín que lo describí en mi columna del domingo pasado.
El control informativo se ha transformado en una estrategia de guerra: censura digital, bloqueos arbitrarios, leyes punitivas, detenciones sin orden judicial y el desmantelamiento sistemático de medios independientes, han cerrado casi 500. En Venezuela opinar ya no es un derecho: es un acto de riesgo.
La situación económica roza el sadismo institucional. El salario mínimo continúa congelado en 130 bolívares mensuales (1,5 dólares) mientras la canasta básica supera los $498. La inflación cerró el año con un alarmante 85% y el empleo formal ha sido sustituido por la economía informal, el rebusque o la mendicidad. Esta no es una consecuencia de la mala gestión: es un plan deliberado. El hambre es un mecanismo de control social. La pobreza extrema se ha convertido en la herramienta más eficaz de chantaje político.
A esto se suma el fraude electoral del 28 de julio de 2024, que no hizo sino confirmar lo que ya es norma en la dictadura chavista: elecciones sin condiciones con inhabilitaciones a opositores, uso fraudulento del voto asistido y una diáspora excluida del padrón electoral. A pesar de que más de 9 millones de venezolanos están fuera del país, solo 508 fueron habilitados para votar en el exterior. Se vota, sí, pero no se elige. La cúpula del régimen decide quién puede competir, cuántos votos contar y quién “gana”. El fraude no es un accidente: es el método. Sin embargo encuentran tarifados que les pagan para que participen en cada farsa electoral para relegitimarse.
Los servicios públicos han colapsado en todas las áreas: el 50% de los hogares sufre cortes constantes de agua, el 80% padece fallas eléctricas diarias, y menos del 20% recibe gas doméstico con regularidad. El transporte público ha desaparecido: miles de ciudadanos caminan a diario bajo el sol, bajo la lluvia, sin seguridad, sin derechos, sin esperanza.
El sistema de salud pública es una ruina estructural. El desabastecimiento de insumos médicos supera el 40% y en estados como Carabobo alcanza el 75%. El 96% de los hospitales exige que los pacientes lleven sus propios insumos y en muchos casos se les cobra hasta 300 dólares en sobornos para poder ser operados. Morir por no tener dinero es hoy una realidad cotidiana en Venezuela, mientras los jerarcas del régimen se atienden en clínicas privadas o en el extranjero.
En educación, la devastación también es deliberada. Más del 80% de los estudiantes reprueba comprensión lectora y razonamiento matemático. El 93% de los docentes no recibe dotación estatal alguna y las universidades sobreviven con presupuestos ínfimos, acosadas por una política de asfixia institucional. La ignorancia, como el hambre, también es útil para el poder: un pueblo sin educación es más fácil de manipular de someter, de callar. Lo he escrito desde hace más de una década, que es política de estado: en Venezuela se gobierna desde la destrucción y el olvido.
La violencia institucional completa este retrato de horror. En 2024 se registraron 522 ejecuciones extrajudiciales por parte de cuerpos policiales y militares y solo tras las protestas postelectorales se documentaron 2.635 violaciones al derecho a la libertad personal, en su mayoría detenciones arbitrarias contra jóvenes de sectores populares. La represión ya no es una respuesta: es una advertencia. Castiga pero sobre todo, disuade.
“Venezuela en Cifras 2024” no es solo un informe técnico. Es un grito. Un clamor de justicia. En mi ejercicio de reflexión desde la cárcel del exilio puedo afirmar y confirmar que cada uno de estos números , estadísticas REALES, representan una vida truncada, una familia rota, una libertad perdida. Es una denuncia estructurada contra un régimen que ha hecho del crimen una forma de gobierno.
La narcotiranía venezolana no es una dictadura convencional: es un sistema criminal con fachada de Estado, operado por una élite que trafica con drogas, con armas, con minerales, con seres humanos. Esta estructura de poder no se sostiene por ideología ni por legalidad: se sostiene por represión, complicidad internacional y un silencio que aún es demasiado cómodo para muchos gobiernos del continente.
Conocer las cifras es solo el primer paso. Lo que sigue es actuar: denunciar, presionar, movilizar, resistir. Porque lo que ocurre en Venezuela no es un asunto interno: es una tragedia continental, una amenaza regional, una vergüenza compartida. El futuro de América Latina también se juega en las calles destruidas, los hospitales vacíos y las aulas cerradas de Venezuela.
Y mientras esa maquinaria criminal siga operando con impunidad, los venezolanos seguirán pagando con sus cuerpos, su dignidad y su porvenir.
No dejemos que esa fachada de las redes sociales que muestra bonanza, comercios lujosos, bienestar y felicidad en nuestro país nos nuble la mente y olvidemos a los venezolanos que día a día son abusados, vejados, encarcelados, desaparecidos y torturados por reclamar nuestros derechos. Están allí, sufriendo, sus familias desesperadas por no saber de ellos, no seamos indiferentes a esta realidad, lo pido de corazón, sigo creyendo que el final está cerca, enfrentando a los tiranos y gestionando formas para
que nos dejen en paz, sea como sea, con plomo, pólvora, drones o con los pies hacia delante.
Para ser libres doy todo mi esfuerzo, lo difundo y hago público con lo único que me queda MI PLUMA Y MI PALABRA
José Gregorio Briceño Torrealba
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